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miércoles, 22 de octubre de 2008

Proceso




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Proceso



La diversión como motor de la producción.

Conclusiones al II Encuentro “La ciudad de los niños”

(por Miguel Muñoz López, del grupo de Acción Educativa) 

“Hay alguien cerca de nosotros, con alas, con el alma 
a punto de explotar,
que nos mira con ojos de incomprensión y nos grita:
-¡Yo quiero ir aquí y ahora, no quiero ir de la mano,
quiero esconderme, quiero jugar y que nadie me ordene,
quiero doblar esquinas y desaparecer! 
Hay alguien cerca de nosotros con alas,
y nosotros no lo vemosy planificamos las ciudades fortificadas,
con guardias vigías,
ciudades planificadas en un crecimiento insostenible,
unidireccionales, sin posibilidades de rectificar.
Pensamos que la ciudad es necesaria,
 nos hará libres,
y lo que nos encontramos es una ciudad domesticadorade nuestro tiempoy de nuestro espacio. 
Y nos tiran de la mano como queriendo ir y observar y adivinar.
Y en nuestra memoria, recordamos los tiempos de antesde ir de la mano. 
¡Cuántas cosas había en aquella ciudad!
Su diversidad,
la participación en juegos de otros parques, 
de otros ríos,de otros árboles. 
Y entonces, se aproxima a nuestra memoriay vemos el paisaje,
la estatua, 
la esquina el portal donde nos encontrábamos 
seguros, felices, libres,
donde el coche era una anécdota. 
Y otro tirón de la mano
y sentimos que no quiero un chalet,
ni un bloque de apartamentos,
que quiero una casa transparente.
Y seguimos el camino
y el avance de la información nos hace compartir experienciasdes
de los más diversosy lejanos puntos del planeta. 
Pero ¡ay!, nos copiamos,
nos homogeneizamos,
no respetando la diversidad.
Pensamos: conocer y comunicarnos nos da fuerza
para cambiar,
mas nos radicalizamos en una postura que genera impotencia.
Debemos respetar la individualidad culturalfomentando la interculturalidad
y lo que hacemos es reducirnos al diseño en la planificación abandonando el urbanismo. 
Y bajamos la mirada y hay un relámpago.
La naturaleza debe ser una constante, permanente infancia.
No estamos predestinados.
Huir de la ciudad sin memoria que nos desorienta,
que no tiene puntos de referencia
y que se planifica desde despachos sin tener en cuenta al ciudadano. 
Queremos una ciudad abierta que nunca se termine,
una ciudad para jugar.
Y en nuestro andar llega el momento en que nos paramos,
miramos nuestras manos
y vemos que allí ya no sujeto a nadie. 
Alguien, quizás un mago,
tuvo una idea genial: los niños son ciudadanos necesarios
en la planificación de una ciudad,y los reunió y les dejó ser ellos
y les preguntó
y les escuchó
y aquellos ojos viejos comenzaron a brillar
y supieron de otros paisajes olvidados.
Desde entonces,empezamos a caminar hacia otra ciudad
donde doblar una esquina y desaparecer sea símbolo
de libertad,de respeto, de imaginación, de creatividad, de amor,y nos crezcan las orejas verdes. 
Gracias.”

"Una generación de niños entre cuatro paredes"

Prohibido el paso a los niños. El cartel no existe, pero no hace falta. Se sobrentiende: hace tiempo que han sido expulsados de las calles de las grandes urbes. La ciudad no acaba de llevarse bien con los niños. Más aún: le estorban. Ellos han aprendido la lección y desertan de las avenidas surcadas de tráfico. Aunque tienen sus islas, sus pequeños trozos de asfalto al abrigo de coches. Los padres asumen el veto y saben que sus hijos sólo pueden salir con adultos. Pocos son los que van solos al parque o por el barrio antes de los 12 años, o como mucho a los 10. Guillermo, de 11, ya puede acercarse al parque contiguo, en los alrededores de la plaza de Oriente de Madrid. Se le ve recorrer su manzana en patines con otros chicos, paseando el perro o con su hermano menor, de nueve años. Su madre controla visualmente gran parte de sus movimientos desde la terraza. "Si van juntos me da más confianza. El pequeño sale gracias a su hermano; solo, no. Y a la vez, acompaña al mayor", explica. De dos en dos, sí; uno, no, demasiado riesgo. En algunos distritos apenas se ven niños. En todo caso, niños en coche, en autobuses escolares o en espacios definidos, sean parques, centros comerciales o de ocio. O con el móvil en el bolsillo, como Blanca, de 12 años. Acude a clase de flauta e inglés en una calle perpendicular a la suya y resuelve pequeños recados por el barrio. Su madre suele llamarla para saber por dónde va y si ya llega a casa. Como Blanca, uno de cada dos niños entre los 6 y los 11 años usa móvil....(continua aquí)